Thank You for your Servitude, de Mark Leibovich, es una lectura conveniente en estos días. No por la repetición de lo conocido que forma buena parte del libro —la “pelea de perros” entre Trump y Rubio durante las primarias de la elección presidencial, el deprecio de Cruz trocado ahora en lacayismo, la babosería siempre oportuna de Graham—, sino por ayudarnos en la preparación hacia lo que nos viene encima, sobre todo a partir de la ambición y el oportunismo de McCarthy.
Poco nos dicen ya los intentos de vejación a Donald Trump del senador Marco Rubio, insinuando que el primero era un “pichicorto” y se orinaba en los pantalones, en un alarde de boconería como si fuera un adolescente tardío y zafio. Nadie intenta recordar a estas alturas que la primera ocasión en que Trump habló de fraude electoral fue cuando Ted Cruz lo derrotó en las primarias de Iowa, y que a las acusaciones respondió que “Trump siempre le trata de echar la culpa a otro cuando pierde … nunca es la culpa de Trump”.
Todo ello es pasado, pero el buscar a cualquier precio el liderazgo de la Cámara de Representantes es lo que viene realizando Kevin McCarthy desde la primera semana del retiro de Trump en Mar-a-Lago, cuando el representante acudió a ponerse a disposición del expresidente que se encontraba en el momento más bajo de su carrera política.
Sin los votos de los partidarios de Trump a McCarthy le resultaba imposible llegar a presidir la Cámara en los próximos dos años. Lo sabía y acudió sumiso. Ahora está más cerca que nunca de lograr que su zalamería le rinda frutos.
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