Conclusiones apresuradas. El gran perdedor de la noche es el expresidente Donald Trump: contar con su aval no garantiza el triunfo en las urnas, republicanismo no es sinónimo de trumpismo, negar el resultado de las últimas elecciones presidenciales no es una apuesta hacia la victoria. Toda la actual retórica de Trump queda en parte en entredicho como agenda partidista, y puede ser desechada y al mismo tiempo mantener la ideología. Ello es lo que ha hecho DeSantis, uno de los grandes triunfadores de la noche, no tanto por su reelección que siempre estuvo garantizada al igual que la del senador Rubio (¿cuándo aprenderán los demócratas a escoger mejores candidatos en Florida?) sino por la confirmación de su capacidad para proyectar una imagen y estrategia mejor que la de Trump para lograr iguales fines.
Trump es el gran perdedor no por la boleta en que no estuvo: es porque su nombre se ha alejado de la de dentro de dos años.
En cualquier caso, y más allá de unos resultados que a esta hora aún no se conocen, es un alivio que la votación se produjera sin episodios violentos y que hasta ahora los candidatos de ambos partidos ha aceptado sus derrotas. Las teorías conspirativas, o quienes las esgrimen, también han perdido. Por su parte, el presidente Joe Biden ha quedado reafirmado, luego de tantos pronósticos negativos y tantas referencias a los bajos índices de aprobación con que cuenta.
La confianza siempre es peligrosa, pero uno tiende a pensar, al menos esta noche, que la democracia estadounidense no está tan en peligro como se creía el lunes (al menos como lo expresé ese día en una columna en el Nuevo Herald). En fin, que creo que me puedo ir a dormir más tranquilo hoy.
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