miércoles, 4 de enero de 2023

McCarthy, Boehner y la estrategia de la ultraderecha republicana


Aunque el alboroto siempre vende en la prensa, el rechazo en tres ocasiones a la candidatura de Kevin McCarthy, para dirigir la Cámara de Representantes, ahora de mayoría republicana, no es nuevo ni debe resultar sorprendente. Basta recordar las presiones y ataques por la ultraderecha republicana que llevaron a John Boehner a renunciar a la posición en octubre de 2015. Tanto McCarthy como Boehner —y también posteriormente Paul Ryan— son políticos conservadores, pero en algunas ocasiones, aunque no siempre, no está dispuestos a llevar esa ideología al extremo de fracturar al gobierno y al país. Sus oponentes dentro de su partido sí, y desde hace años están empeñados en ello.
El cambio en el Partido Republicano, de un conservadurismo pragmático norteño a un fundamentalismo rural sureño, ha traído como consecuencia una polarización ideológica de los votantes, los cuales han llevado a la Cámara de Representantes a políticos que se aferran a posiciones ideológicas extremas, rechazan el compromiso y se aferran a una “pureza ideológica” que puede complacer a un número limitado de electores, pero se aparta del espíritu moderado y centrista del la mayoría de votantes de este país.
Aquí hay que enfatizar la palabra extremista, o catalogar a este sector de fanático, porque no son verdaderos conservadores. Durante los últimos años, algunas de las figuras más destacadas del conservadurismo republicano se han opuesto a la “estrategia de guerrilla” —como ellos mismos la han caracterizado— de los representantes del Tea Party, pero la presidencia de Donald Trump y su continua labor tras salir de la Casa Blanca, en apoyar y mantener vivo dicho extremismo, han tenido como consecuencia un debilitamiento de esas posiciones más moderadas.
En el caso de Boehner, todo comenzó así. El 21 de agosto de 2013, cuando el congresista Mark Meadows le envió una carta —firmada también por otros 80 legisladores—, en que le urgía a que utilizara la amenaza del cierre del gobierno para dejar sin fondos al Obamacare. 
Boehner no quería vincular los fondos para el Obamacare con los gastos federales. De igual criterio era el líder de la bancada republicana del Senado, Mitch McConnell. Pero Boehner había sobrevivido un desafío a su liderazgo del sector conservador en enero y McConnell enfrentaba a un candidato del Tea Party en las próximas elecciones legislativas, que volvió a ganar. Esto los colocó en una posición débil frente al sector más extremista de su partido.
Ocurrió el cierre parcial del gobierno. Aunque se calculaba que en la Cámara había el número de votos necesarios, demócratas y republicanos, para sacar adelante un “clean bill”, un proyecto de ley presupuestaria que no contemplara la vinculación con el Obamacare. Boehner no se atrevió a hacerlo, porque creía que ello terminaría costándole el cargo.
No fue nunca una división entre los republicanos sobre el rechazo a la Ley Asequible de Cuidado de Salud (ACA), sino al empleo de una táctica —el cierre parcial del gobierno— que algunos consideraban contraproducente.
Por ejemplo, el entonces senador republicano John McCain llamó a la medida “innecesaria”. Karl Rove escribió un artículo en The Wall Street Journal contra esta estrategia. El comentarista conservador Charles Krauthammer catalogó al grupo de los 80 legisladores republicanos como el suicide caucus.
Con el inicio de este nuevo período legislativo renacen antiguos factores y viejas estrategias, que el radicalismo republicano va a intentar poner en práctica. Y entre ellos un brutal recorte de gastos del gobierno, la amenaza de cierre y la obstrucción a cuanto proyecto presente la Casa Blanca o el Senado en manos de los demócratas. El papel de dichos políticos será el de obstruir, nunca el de construir o hacer avanzar al país; sin importar lo perjudicial que ello puede resultar para la nación. Como un mandato teocrático, la Cámara de Representantes en manos republicana buscará no pactar en nada y reafirmar su ideología, aunque ello conlleve hundir a Estados Unidos.
Hay razones para la esperanza, y para creer que un vaticinio tan catastrófico no se cumpla. Está en primer lugar la limitada ventaja, en número de escaños, conque cuentan los representantes republicanos. Hay, por supuesto, un hecho que desde el primer día esa ala ultraderechista busca ocultar, y es su parcial derrota en las elecciones legislativas, donde en muchos casos se impusieron los candidatos moderados, no los de extremo. Si esta tendencia a la moderación ideológica continúa, y si el Partido Demócrata y la presidencia de Biden logran trabajar con el ala moderada del republicano, que ha sobrevivido a Trump y al Tea Party, cabe esperar que el sistema democrático liberal siga vigente.

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