jueves, 16 de febrero de 2023

Cuba hoy es un Estado fallido, y lo demuestra la huida del 2,4% de la población


Una veces en burla, otras de forma patética, durante décadas una frase caracterizó por años la frustración y añoranza del exilio cubano: “La próxima Nochebuena en La Habana”.
Para una cifra récord de migrantes desde la isla el pasado año, la frase tomó un giro perentorio: todos decidieron, trataron y lograron que la celebración se efectuara en Estados Unidos y no en Cuba, de preferencia en Miami.
Además de la materialización de un anhelo y un cambio total de vida, el emigrar define no solo al individuo sino a su nación de origen. 
En lo que respecta a los cubanos, durante todo el año conocieron con repetición y perfidia que el régimen no pondría freno al desastre económico, que las cifras deprimentes que desde hace unos años se ofrece serían la constante. Planes que no se cumplen, objetivos que no se logran,  proyecciones no se alcanzan, promesas que se lanzan al cesto. Esa fue su realidad.
Tras esa soberana incapacidad de un gobierno que se perpetúa en ideas caducas, junto a esa obstinación en aferrarse al poder y el anuncio de que el próximo año habría que lidiar con iguales limitaciones y carestías, sino más, solo quedaba el escape.
Mientras la nación se perdía en proclamadas alianzas con tiranía antiguas y nuevas, despotismos de todo tipo y destinos vergonzantes, a los ciudadanos apenas les quedaba pensar en largarse.
Cuando un régimen que nació pretendiendo lograr la independencia política y económica termina en un lagrimeo de quilo prieto, recogiendo limosnas por el mundo y saludando como un gran éxito la miserable colecta, y además se enquista sobre la represión y la censura, se hace perentorio buscar una puerta de salida. 
Con el paso del fidelato al raulismo, donde la venta de ilusiones y el desfile de falsedades dio paso a la cruda realidad —pero sin buscar verdaderos remedios—, el país inició la senda del desorden épico a la inacción miserable. Miguel Díaz-Canel se limita a profundizar el abismo.
Entonces cabe la pregunta: ¿cómo no van a querer irse los cubanos?
Durante muchos años la política migratoria ha sido utilizada como instrumento de chantaje por parte del régimen de La Habana, y explotada con fines electorales por diversas administraciones de Estados Unidos, tanto republicanas como demócratas. Dos países disímiles unidos por un problema que afecta a ambos, mientras miles de desesperados continúan buscando un destino mejor.
La obsesión de escapar del régimen no abandona al cubano, reprimido y víctima de la abulia y apatía creadas por el régimen. Imposible apartar la anécdota de los motivos; la astucia y el engaño de la desesperación y la angustia; la esperanza del fracaso. Pero siempre es una historia triste, donde con frecuencia brota una discriminación que radica en trasladar al sujeto que abandona el país, la responsabilidad por las razones que lo llevaron a irse: confundir la causa con el efecto.
Nunca antes habían llegado tantos cubanos a Estados Unidos en un solo año como en 2022: el 2,4% de los 11,1 millones de habitantes que había en Cuba se ha marchado durante doce meses. Un éxodo que más bien parece la consecuencia o la causa de una guerra silenciosa.
Si por muchos años el mantra repetido por los exiliados durante la temporada navideña —primero como reclamo, luego como esperanza— no ha llegado a materializarse, no hay que olvidar su origen.
La frase no fue un invento cubano —mucho antes los judíos habían lanzado su versión propia— y por supuesto que nunca intentó definir una singularidad. Pero sí servía para expresar un anhelo, más o menos fantasioso, más o menos profundo, más o menos irónico.
Aunque como saben en Israel, la condición de pueblo nómada se justifica a través de la historia, pero para las reclamaciones hace falta un Estado detrás que la sustente.
En el caso cubano, la consecuencia ha sido una vaporización de fronteras en que cada parte busca un arreglo acorde a las circunstancias.
Lo que preocupa y alarma es la impunidad para actuar de un régimen, que está destruyendo una nación sin provocar siquiera una repulsa internacional. 
Cuba se está convirtiendo en un Estado fallido y las consecuencias de ello son un éxodo que Washington intenta controlar a medias, y que en otros momentos ya se estaría contemplando como un acto de guerra.
La tibieza de la administración Biden para tratar con el gobierno cubano va más allá de las preferencias partidistas de cada cual, y debe ser desaprobada por todos los exiliados. No se trata de culpar a las víctimas, quienes llegan tras huir de la represión, el hambre y la miseria. Lo que hay que hacer es castigar a los culpables. 

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