Para republicanos, trumpistas y partidarios de MAGA en general, la breve visita de Biden a Kiev es la última y más perfecta de las pesadillas que han sufrido desde la derrota electoral del anterior presidente.
No solo Biden ha hecho lo que ningún anterior mandatario estadounidense en décadas: visitar una zona de guerra que no está bajo el control de las fuerzas armadas de Estados Unidos, sino lo ha hecho con un plan osado, más bien temerario.
Que todo ello sea la escenificación del heroísmo americano típico de los años 50 es lo que más debe dolerles.
Estoy hablando de nivel emocional, de imagen, de mito y representación. No se trata de momento de una valoración política, de un resultado en última instancia o de una efectividad a largo plazo. Eso es análisis, y aquí no hablamos de análisis porque ello es lo que menos importa —es decir, lo que más desconocen— los partidarios de MAGA.
Esto —por otra parte, la emocional, la que cuenta para ellos— es imagen, alarde americano en el más puro estilo John Wayne (reaccionario y republicano a más no poder), y no lo logró su líder, sino su contrario.
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