Aguantar hasta reventar. La única opción posible. Hemingway se pasó la vida jugando con ella. Al final reventó, algo que estaba marcado desde el principio. A Cabrera Infante un poco le pasó lo mismo. Los escritores que están por encima de ello —Joyce, Eliot, Nabokov— revientan a su manera, pero pocos, casi nadie, los siente o escucha en la distancia.
Está también eso del “pez plátano”. Aunque hay que tener cuidado, porque Salinger se la pasó haciendo truco y uno nunca sabía o sabe cuándo era de verdad o de mentira.
La teoría del aguante tiene ejemplos memorables, como en Pasternak y ejemplos «flojitos» como en Heberto, pero al final se puede unir a ambos. La cuestión es no esperar demasiado de ellos.
Hay una versión más barata de la teoría del aguante —sí, más barata aunque dolorosa y mortal— y que en al final de la década del cincuenta y durante todos los años sesenta en Cuba se explotó con éxito.
Ernesto ‘Che’ Guevara fue su principal producto de explotación, su Chanel No. 5.
Era una versión repetitiva del Cristo en la Cruz —en el Che muerto, tan fotogénico hasta el final—, que logró la mención de compararlo a un cuadro de Mantegna.
No era para tanto, pero resultó y llegó a convertirse en polvo de estrellas; cocaína para fervorosos y oportunistas.
Lo mejor es que los cubanos de la isla ya no la arrastran ni miran al cielo.
Sin embargo, tampoco vale reconocerles mucho su impudicia.
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